 Clara Delgado Oceja
10 de Mayo del 2007 Me gustaría comenzar haciendo una reflexión sobre lo que ha significado la actividad de correr para el ser humano a lo largo de la historia, y lo que es para nosotros en la actualidad.
Correr no es nada nuevo. En todas las culturas y continentes, el correr ha jugado diferentes papeles en distintos rubros, como el deporte, la guerra, y la convivencia social.
En el caso de México, los grupos indígenas Tarahumaras y Raramuris -que habitan en el noroeste-, compiten en carreras a pie descalzo, y corren de 150 a 200 millas por día, pateando un balón a todo lo largo de la ruta.
Correr como deporte ha prevalecido durante siglos, desde las pruebas informales hasta los Juegos Olímpicos. Pero es en la actualidad que el correr se ha transformado en un deporte de masas de moda, en el que personas de todas las edades y condiciones socioeconómicas y de género, han encontrado una motivación de vida, de socialización e integración familiar.
 Existen diversas razones por las que se presenta la decisión de correr: perder peso, tener condición física, salud, reducir el estrés, socializar, evadir o competir. En general, debido a una forma de vida sedentaria y estresante, el ser humano ha tenido que encontrar actividades que le permitan una mejor calidad de vida y salud. Correr es, sin duda, de las actividades más innatas y naturales del hombre, es por esta razón que cualquier persona recurre a ella. Es una manera de reestablecer la armonía entre el cuerpo, la mente y el espíritu.
El correr lo puede practicar cualquiera, sólo se necesita un par de tenis y la voluntad para recorrer un camino. Es por ello que trasciende todos los prejuicios, clases sociales, edades y género. Correr se convierte, entonces, en un deporte popular en todas sus variantes; miles de corredores salen a inundar las calles de las grandes urbes con su alegría y entusiasmo, haciendo de cada carrera un singular espectáculo.
 Es importante detectar, de manera general, la etapa en que un corredor se encuentra. La primera es la del principiante, como el comienzo de un hábito; la segunda es cuando se convierte en trotador, donde el corredor comienza a experimentar las delicias de entrar a un nuevo mundo; la tercer etapa es la del competidor, en donde la competencia formal es la principal fuerza impulsora; la cuarta etapa la domina el atleta, en la que ser lo mejor posible es el mayor aliciente; y la quinta etapa es la que domina el corredor, la mejor de todas, en donde el atleta experimenta las bondades de la condición física, la competencia, el entrenamiento y la vida social, y mezcla la carrera con el resto de su vida. Para un corredor, esta actividad es parte natural de su programa cotidiano, como lo es comer, dormir o hablar.
 En mi corta experiencia como practicante de este noble deporte (cuatro años aproximadamente), me he dado cuenta de los beneficios que he recibido con este modo de vida, en donde correr se ha fusionado con mis objetivos y bienestar cotidiano. La carrera ha revolucionado mi forma de pensar, de actuar y de sentir a los demás.
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