Por Adriana Corach
Si alguien me preguntara cómo fue que empecé a correr le diría que hay una gran lista de motivos: gusto por la velocidad, una situación difícil en mi deporte anterior, una pista tentadora en la escuela, una fuerza interna inexplicable, pero ninguna de esas razones hubiera sido suficiente sin una pauta, hay un detalle amoroso en este comienzo que despertó mis deseos de ser corredora.
Es interesante cómo algunos acontecimientos se acompañan en nuestra vida. A veces las personas que están a nuestro alrededor desencadenan grandes cambios con palabras clave o con su ejemplo. Ese fue mi caso.
En aquellos años de la preparatoria estaba en busca de mi identidad, esa etapa donde uno conoce los vicios y se encuentra ante muchas rutas de vida, en esa fase empecé a correr; al principio sufría las consecuencias de mi inexperiencia: me dormía en todos lados, tenía un hambre feroz, me dolían las piernas hasta entorpecer mi caminar, me salían muchas ampollas, pero contaba con un gran apoyo que sopesaba esos momentos de frustración y coraje. Así, poco a poco dejé que surtieran efecto los entrenamientos y fui endureciendo mi fortaleza y mi voluntad.
Durante los primeros años, los achaques provocados por el estrés de la temporada de competencias, periostitis, insolación, cansancio en exceso, sobrecarga por la escuela, entre muchos otros, me hicieron dudar sobre mi rumbo, pero aquella persona constantemente me recordaba los resultados de la perseverancia y la paciencia.
Después agarré mi ritmo y me apropié de muchos de sus valores para aplicarlos en mi vida; su compañía me daba seguridad, sus críticas o consuelos me ayudaban a crecer, pero llegó un momento donde los intereses personales cambiaron, y opté por la decisión de comenzar a correr sola.
Posterior a esta ruptura me percaté de que correr se había vuelto mi pasión, mi compañía, y en muchos momentos, mi razón de ser. Así me pasó a mí, conocí a alguien que me dejó una forma de vida.
Ahora cuando termino de competir o concluyo un entrenamiento muy pesado, me levanto sin ayuda; constantemente aprendo a consentirme, a autoevaluarme y a encontrar la motivación en mis palabras, en mis actos y en mis sueños.
No encontré mejor forma de empezar este relato que contándoles cómo fue que me introduje en las carreras.
Etiquetas: Adriana, Bloggers, Corach, Correr |
Este comentario ha sido eliminado por el autor.