Hace dos años participé en un concurso de la revista Sport Life, en el cual se escogió a ocho chicas de Guadalajara, D. F. y Monterrey para realizar una competencia de varias pruebas: correr 3,000 m., nadar 500 m., rodar 10 km., 500 m. de kayak y arrancones de 100 m. en la playa en Acapulco, Guerrero.
Dentro de este increíble viaje (en el que, por cierto, sacamos el segundo lugar y ganamos ropa, un Polar y una bicicleta de montaña), tuve el privilegio de conocer a una gran deportista a nivel nacional e internacional. Ella se llamaba Minerva y era una mujer robusta, de estatura baja, con un semblante muy tranquilo y de carácter bonachón. Esta admirable mujer, que de primera vista no creerías en absoluto que era deportista, cruzó el Canal de la Mancha en una travesía de 12 hrs. aproximadamente, bajo las condiciones más adversas de tormenta y olas gigantes (clasificación IV).
Dentro de las múltiples actividades que realizamos, de las más trascendentales en mi carrera deportiva fue escuchar a esta mujer en una pequeña conferencia que ofreció para todas nosotras, donde nos enseñó el video de su recorrido y nos narró todo el proceso de preparación de la pretemporada para enfrentar aquel gran reto.
Lo que me pareció más maravilloso, y que en mi entonces cortísima carrera deportiva abrió un horizonte infinito de poder, fue entender que existe dentro del deporte una parte fundamental que es el trabajo mental, tan o más importante que el trabajo de cualquier músculo.
Minerva nos platicó de la labor que ella tuvo que realizar con psicólogos especialistas en la materia para lograr su objetivo. Nos platicó acerca del cambio de pensamientos durante la actividad demandante en una prueba tan larga en esas condiciones. Ella tuvo que identificar aquello que le producía felicidad, una sensación de tranquilidad y fuerza, y descubrió que era el sol. Creó así su frase mágica, “soy un sol”, la cual la acompañó durante toda su estancia en esas gélidas aguas nórdicas.
“Soy un sol”, un sol que genera energía por fisión de manera intermitente, cíclica, eterna, poderosa, brillante, caliente, que genera vida en la Tierra, capaz de alterar los ciclos circadianos de todos los seres vivos y de alterar la fisiología de los productores primarios, un sol que mantiene a nueve planetas y a sus respectivos satélites girando alrededor por su gran masa y poder de atracción, que despierta a los seres humanos con un pequeño rayito que entra por las ventanas y da los buenos días.
Desde entonces comencé a interesarme más por el trabajo mental como parte fundamental del aspecto deportivo y de la vida en general, de la actitud que tenemos frente al dolor, a los malos ratos y desavenencias, a las agresiones del exterior que no controlamos y a lo cruda que puede ser la vida para algunas personas.
Conseguí así entender que la visión oriental, en contraposición con la occidental, era totalmente correcta. La mente no ordena al cuerpo hacer tal o cual sobre esfuerzo, sino que éstas dos son un todo y se complementan como el Ying y el Yang. La mente siente el dolor y el cuerpo piensa su entereza y capacidad. No están separados.
Desde entonces, en todas mis carreras, esa frase me acompaña para darme fuerza e incentivar mi voluntad.
Recuerdo un regional para la Olimpiada Nacional Juvenil en Puebla; justo 30 minutos antes de la final del 400, me encontraba en las gradas con el equipo de la universidad, leía unos artículos sobre unos bichos muy chiquitos que se encuentran en Cuatro Ciénagas, Coahuila, sitio único por su historia y biodiversidad en México y en el mundo.
Tenía que hacer unos ensayos para mi examen final de una de las primeras materias de la carrera de Biología: 15 artículos en tres días, justo los días de competencia. Todo un reto.
El punto era poder lograr hacer varias cosas al mismo tiempo y realizarlas todas con éxito.
Sentía un peso que me oprimía el pecho, que empañaba mi ideas. No podía dejarme vencer; conseguí despejar la mente, no a la perfección, pero retomé el ritmo unos instantes para poder correr sin que me afectara mi fin de semestre.
La presión es una sensación psicológica que puede llegar a tener un fundamento real; es la acción y el efecto de apretar o comprimir; es una tensión de opuestos que fuerza una reacción en un momento de definición. Hay presiones positivas, negativas, exteriores e interiores. De una u otra forma, el deseo está siempre involucrado, y realizar un trabajo mental de concentración y manejo, procurando estar al 100% en un mismo tiempo y espacio, es algo serio.
A veces tenemos el mundo encima; se reúnen problemas familiares, nos rodean los problemas sentimentales, la escuela nos agobia o nos sofoca el deporte mismo. Sin embargo, la meta es siempre salir adelante, no rendirse jamás.
Mi entrenadora me enseñó muchas cosas valiosas, y entre ellas, una de las más importantes es que ante ciertas circunstancias extremas, como por ejemplo de peligro, miedo o confusión, activamos partes de nuestro cerebro que comúnmente no usamos, ponemos alerta nuestros sentidos, nuestro umbral del dolor aumenta, producimos endorfinas (punto a tratar en el siguiente escrito), hay descargas de adrenalina y la mente se revoluciona, preparando al cuerpo para reaccionar ante estos sucesos. Bien tengo aprendidas sus palabras, “bajo presión, se trabaja mejor”.
Vivir estas situaciones no es fácil. Para quien combina el deporte con el trabajo, quienes sobrellevan lesiones, los que luchan por una beca o por un ideal y no tienen ubicación fija, los que tienen la presión social de ser los mejores, entre otros casos, todos ellos han estado en un momento de decisión, donde es indispensable tener temple y priorizar.
Con el tiempo uno se da cuenta de las diferentes opciones que existen para lidiar con el estrés, aún así es necesario que nos las recuerden, nos orienten o hacer una reflexión profunda para activar los mecanismos reguladores y lograr que los efectos no sean perjudiciales.
Se vale equivocarse, sólo hay que guiar la energía correctamente. La presión nos la creamos nosotros mismos, y como tal, también la podemos controlarla y utilizarla para algo productivo, ¡como motivarse!
El papel del ejercicio físico es la búsqueda de la mejora del bienestar individual y social. Algunos aspectos psicológicos que nos favorecen son: rendimiento académico, autocontrol, confianza, estabilidad emocional, percepción, eficacia en el trabajo, además de otros. Por eso mismo, practicar deporte debe de ser un disfrute.
Resulta evidente que los momentos de presión son difíciles de afrontar, pero debemos mantener siempre la cabeza en alto, el pecho erguido, el pensamiento claro y las metas e ideales firmes, siempre avanzando. Es una cuestión de actitud.